MODELADO EN ARCILLA
Era una vez un pato que había sido criado en un gallinero.
No sabemos cómo, un pato marino llegó hasta aquél lugar cuando aún era un
huevo, teniendo en cuenta que aquella granja estaba alejada de la costa. Pero
lo cierto, es que criado entre gallinas e instruido por gallinas, el pato
estaba convencido de que era la más espantosa y desaliñada gallina del
gallinero.
Sus patas membranosas y sus alas en punta estaban preparadas
para nadar y volar, sin embargo él no lo sabía. Caminaba tambaleándose,
provocando risas y burlas entre los pollos que lo imitaban a sus espaldas.
Así creció sintiéndose feo y distinto. Sin embargo él amaba
ese gallinero, aquél era el mundo donde había sido criado; todo lo que conocía
y quería estaba allí.
A veces, antes del amanecer, tenía sueños extraños. Sueños
azules de agua infinita. Se soñaba a sí mismo nadando en un océano que nunca había
visto fuera de sus sueños. Un océano azul. Azul en todas sus variables. Sin
embargo, al abrir los ojos, se encontraba otra vez en el gallinero conocido.
Le daba vergüenza verse y hablar distinto, por eso trató de
quedarse quieto y callado. Para entretenerse se puso a observar a su alrededor
y así vio muchas cosas. Observó que más allá del gallinero había árboles y que
en ellos vivían otros tipos de aves. Aves que no eran gallinas y armaban su
propio nido.
Entonces, para poder ver mejor, movió el cuello de forma
diferente y al llevar la cabeza hacia atrás se encontró con el cielo. Qué
increíble alegría cuando descubrió el cielo! También era azul!
Miró tanto hacia arriba que se acalambró un poco, pero eso
no era importante en comparación con su descubrimiento. El cielo era inmenso,
no se veía el final, cambiaba de color según la hora del día o el clima y,
además, en él había otras aves. Algunas pasaban en grandes grupos, volando
lejos, formando diseños geométricos. Dibujos en movimiento.
Hubo veces en las que deseó, por un instante, irse con
ellas, pero eso era algo inadmisible para una gallina que apenas revolotea a
ras del suelo. Y menos aún, cuando hay un gallinero con un alambrado que separa
del cielo.
El pato continuó con sus investigaciones, hizo cálculos,
descifró los cambios en el viento y así pudo saber la época del año en que
pasaban las aves migratorias. Las esperaba secretamente.
Un día, repasando todos los lugares conocidos del gallinero,
vio la puerta. ¿Cómo no la había visto antes? A la noche, cuando las gallinas
dormían de pie en sus palos, como era su costumbre, el pato se acercó a la
puerta. Simplemente la empujó un poco y la puerta se abrió. Tímidamente salió,
caminó unos pasos y, luego, volvió corriendo adentro del gallinero. Era lo
mejor ¿no? Nadie podía saber la cantidad de peligros que habría allá afuera, ni
qué dirían las gallinas si se enterasen de que había salido. Pero, ahora, sabía
que podía salir.
Pasó el verano, los árboles comenzaron a ponerse dorados.
Las hormigas trabajaban incansablemente acopiando comida para el futuro
invierno. Era el momento justo.
Una mañana, muy temprano, el pato se despertó. Por el cielo
pasaba la bandada. Sin dudarlo, fue hasta la puerta, la empujó, y ante el
asombro de las gallinas, salió. Al principio le costó subir, tenía las alas
atascadas por falta de uso, pero su verdadera naturaleza guió sus movimientos.
Agitando las alas rápidamente fue ganando altura, cada vez más alto, hasta alcanzar
la bandada. Entonces se incorporó al grupo y partió feliz rumbo a la costa en
busca del mar.
El sueño del pato extraído del libro Cuentan las Estrellas. Publicado por Fundación Williams, 2021.
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